'Carajo', pensó sin poder evitarlo, 'juraría que el
Tarot pronosticó que sería un buen año'. Cualquiera que conociera a
Zara P., sabría que ella nunca confiaba en el azar -y por ello, prefería estar preparada para imprevistos. De modo que, inevitablemente, arrugaba su precioso ceño cuando el destino se empeñaba en contradecirla -a ella o a su carísimo tarotista. Esta vez, el problema era el viaje a
Connecticut. No todo iba tan bien como debiera: era la tercera vez consecutiva que debía anular su vuelo desde
Las Vegas solo porque
Paul seguía sin responder a sus llamadas. Así que, en su ingenuidad,
Z. Porter reservaba billete con escala en Atlanta, para, invariablemente, anularlo horas antes del despegue. Pero tres llamadas sin respuesta era algo excesivo incluso para las excentricidades a las que acostumbraba su acompañante ocasional. Se obligó, pues, a tomar medidas drásticas, aún sabiendo cuántos
martinis le iba a costar esa actitud orgullosa: tachó, con pulcritud, el teléfono de su agenda de mano, y a continuación, eliminó el número de la memoria de su
Siemens. Y se dispuso a alquilar un sedán en el local más cercano. No habría vuelo, pero pensaba acercarse en coche si hacía falta y escenificar la
perfecta despechada. Suponía que a la mujer con quien Paul convivía no le resultaría agradable. Por si acaso, empezó a prepararse el primer
martini de los que muchos que seguirían.
C´est toi que je veux.
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