domingo, 12 de agosto de 2007

Y esto es lo que piensa Dragó de la gente

dragó¿La gente? La gente, Jaime, se irá masticando chicle de hidrocarburo de fresa hacia el centro comercial más cercano para invertir sus ahorros en lechugas de plástico, hamburguesas de carne de rata china, lencería de polivinilo y cosméticos de placenta humana, se paseará luego por cualquier autopista para aspirar con fruición bocanadas de monóxido de carbono fresco, entrará antes de recogerse en un salón recreativo para jugar un rato a las maquinitas de navajeros, extraterrestres y monstruitos electrónicos mientras escucha música de rock a todo volumen y por fin, a media tarde, se encerrará en su casa detrás de una puerta fichet con reloj digital incorporado, sacará una garrafa de cocacola light de la nevera fabricada en Mastrique, se arrellenará en un tresillo de skay con floripondios estampados, encenderá la tele y fundirá el resto de la jornada sesteando y rebozándose en culebrones, partidos de fútbol, noticias falsas, decibelios estereofónicos, videoclips descoyuntados, concursos modorros, reclamos de desodorantes para ciudadanos elegantes o de detergentes para marujonas competentes, tetas y culos de silicona, azafatas en paños menores, anuncios institucionales del Ministerio de Hacienda y ruines mentirijillas de políticos berzotas asalariados por los banqueros, por las multinacionales, por los jeques del Golfo Pérsico y por el presidente de los Estados Unidos desde su campo de golf o desde la horterísima suite de su putísima secretaria. Así es la gente, Jaime, y no le demos más vueltas, porque el asunto no las merece. Escasea el oxígeno, el mundo se acaba, la vida se está retirando del planeta, los dioses han sido linchados y exterminados, Iberia es Siberia, en Bengala ya no quedan tigres, los socialistas volverán a ganar las elecciones, veremos canibalismo por las calles, nuestros hijos se doctorarán en Ciencias de la Corrupción, nuestros nietos serán padres de brokers y esposos de pimpantes ejecutivas con maletín de samsonite, y mientras tanto, de uno en uno, y poco a poco, tú, yo, y todos los de nuestra quinta nos iremos como se va la Nochebuena y no volveremos más. De modo que ya puedes ir apagando las luces, pero no te molestes en cerrar la puerta al salir. Lo único juicioso en tales circunstancias es descorchar una botella de Albariños en el cabo de Finisterre, respirar abdominalmente, brindar por lo que el viento se llevó, evocar (en mi caso) a Cristina, rezar lo que cada uno sepa y quiera, y pegarse un tiro con silenciador en la sien. Eso tú, claro. Yo no puedo. Mis creencias religiosas me lo impiden.

SÁNCHEZ DRAGÓ: La prueba del laberinto

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