El temido brote psicótico que aparece cuando no consigues dar con la justa inspiración para escribir un artículo, un capítulo de tu próximo libro o simplemente para bautizar a tu nueva mascota se hace aún más patente si comienzas a retorcerte las manos nerviosamente, mordisquear las uñas o aporrear el ordenador, directamente y sin prejuicios. Sin embargo, ese curioso ataque de pánico afecta por igual a toda la población, desde el gran escritor encumbrado en lo más alto -aún se pregunta qué demonios hace ahí- que no sabe cómo continuar ese primer párrafo, pasando por el publicista que se acuerda con cariño de ese cliente que ha decidido a última hora que la campaña no se ajusta a sus necesidades y debe plantear una nueva, hasta alguien que intenta redactar sin acritud una carta de reclamación.
Todos, unos más y otros menos, nos hemos enfrentado alguna vez a un terrible papel o pantalla vacía que no sabemos cómo llenar. Si el asunto no es urgente, lo dejaremos correr y aguardaremos a que en otro mejor momento, como se suele decir, "las musas te pillen trabajando"; pero si no podemos esperar, entonces tenemos un problema, Houston. Conozco una de esas situaciones muy bien: solo un bolígrafo azul encima de la mesa, tienen 50 minutos. La sensación de impotencia que se apodera del alma agarrotada cuando se creía saber el temario, y se descubre justo en el examen la desoladora realidad es... indescriptible.
Imagino que debe ser aún peor cuando lo que está en juego es un puesto de trabajo; realmente, hay que tener grandes dosis de paciencia y sobre todo de creatividad para superar el bache y continuar con la campaña publicitaria como si las noches en blanco no hubieran existido. No todo el mundo puede hacerlo.
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