domingo, 28 de junio de 2009

The hardest part is yet to come

puro
―Verás, cuando ocurrió la catástrofe, al principio no pude creerlo. Me resultaba inconcebible que estuviéramos arruinados. Podía comprender que toda aquella gente estuviera arruinada pero nosotros..., parecía imposible. Y me empeñé en creer que algo en el último momento nos salvaría. Luego, después del golpe final, me pareció que ya no valía la pena seguir viviendo, y no me encontré con fuerzas para encarame con el porvenir, que se presentaba de lo más negro. Pasé quince días terribles. Fue tremendo tener que desprenderse de todo, y saber que se habían acabado las diversiones, que tendría que prescindir de cuanto me gustaba; pero al cabo de dos semanas decidí mandarlo todo al diablo y no volver a pensar en ello. Y te aseguro que así lo he hecho. No me arrepiento de nada; lo pasé divinamente mientras duró la suerte; y ahora que todo ha desparecido..., me he revestido de paciencia.
―Evidentemente, la pobreza es más fácil de soportar en una casa lujosa, en un barrio elegante, con un mayordomo competente y una excelente cocinera, todo ello regalado, y cuando uno puede cubrirse el cuerpo esquelético con vestidos de Chanel; ¿no crees?
―Es de Lanvin ―dijo riendo―. Ya veo que no has cambiado mucho con los años. Y supongo que no me creerás, porque eres un cínico, pero no estoy segura de que hubiese aceptado el ofrecimiento de tío Elliot de no haber pensado en Gray y en las niñas. Con mis dos mil ochocientos dólares al año nos las hubiéramos cultivado arroz y centeno, y criado cerdos. Después de todo, en una granja de Illinois nací y me crié.
―Hasta cierto punto ―dije sonriendo, pues sabía que había nacido en una lujosa clínica de Nueva York.

SOMERSET MAUGHAM: El filo de la navaja

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