―¿Y la justicia, padre?
―La justicia final se impone allá arriba, hijo. No la busques en este valle de lágrimas.
Las palabras ―murmuró el Padre al descansar, por fin, en el piso firme y sacudirse el polvo de la sotana―; las palabras, malditos rosarios de sílabas que encienden la sangre y las ilusiones de quienes deben contentarse con pasar rápidamente por esta corta vida y gozar, a cambio de su prueba mortal, en la vida eterna. Cruzó el claustro y caminó por una crujía de arcadas. ¡Justicia! ¿Para quién, por cuánto tiempo? Cuando la vida puede ser tan agradable para todos, si todos comprenden la fatalidad de su destino y no andan por allí, sonsacando, alebrestando, ambicionando...
CARLOS FUENTES: La muerte de Artemio Cruz
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