lunes, 17 de julio de 2006

Pájaros de barro

El duende de las Buenas Razones tendía a no equivocarse nunca. O eso creían todos los demás. De modo que era uno de los sabios más solicitados de la zona, con lo que recibía gran cantidad de visitas cada semana.
Sin embargo, lejos de sentirse halagado, la irritación del duende crecía a medida que el otoño avanzaba: ¿y quién se ocupa de mis problemas?, se preguntaba con el ceño fruncido. Así, su amable sonrisa fue transformándose en una mueca amarga, y su nariz, antaño generosa, hoy aparecía suspicaz.

Nadie parecía haberse dado cuenta del cambio hasta que un día, sin previo aviso, la puerta de su casa, por lo general abierta de par en par para curiosos y visitantes, apareció cerrada. El pánico se apoderó de aquellos que planeaban acudir próximamente. Un solo pensamiento ocupó entonces sus mentes: el duende estaba enfurecido. Se había cansado, al fin, de regalar trocitos de sabiduría sin recibir nada a cambio, ni siquiera un pastel el día de su cumpleaños.

Cabizbajos, los habitantes de aquella pequeña aldea asumieron la penosa tarea de buscar un nuevo erudito que pudiera resolver sus miserables conflictos. No tardaron en encontrar a otro duende, esta vez, conocido con el nombre de "duende de las Prudentes Razones". En cambio, nuestro duende... nunca más se supo de él.



Vídeo: Franz Ferdinand, "Jeremy Fraser"

1 comentarios:

mart dijo...

Interesante desenlace para ese simpático y altruista duende sabio,me ha recordado a los cuentos de Boccaccio en "El Decamerón"